Hábitos que debe evitar y que contribuyen a elevar la presión arterial

Algunas de las rutinas establecidas desde hace tiempo en nuestras vidas ejercen efectos adversos en nuestro cuerpo que tendemos a pasar por alto. Estos efectos se van acumulando poco a poco y se hacen más perceptibles en cómo nos sentimos y en la forma que tenemos. Repasemos algunas de las peores prácticas que tal vez quiera dejar o reducir en aras de mejorar la salud de su sistema circulatorio.

Cigarrillos

Fumar un cigarrillo estimula el sistema nervioso simpático, lo que a su vez provoca un aumento inmediato de la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Además, fumar a corto plazo provoca un aumento de la rigidez arterial que incrementa el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Los investigadores también postulan que el tabaquismo podría alterar los sistemas reguladores de la presión arterial del organismo, responsables de mantener la estabilidad cardiovascular. En los fumadores habituales, la respuesta natural a los picos de presión arterial se ve alterada y la frecuencia cardíaca en reposo es significativamente mayor de lo que debería ser [1].

Sin embargo, los efectos crónicos del tabaquismo sobre la presión arterial son una cuestión controvertida. Los estudios muestran resultados no concluyentes y no se puede establecer una relación inequívoca entre el tabaquismo prolongado y la elevación de la presión arterial o el riesgo de desarrollar hipertensión sostenida. Los autores incluso sostienen que, a diferencia del tabaquismo prolongado, el abandono brusco del tabaco podría estar asociado a un mayor riesgo de hipertensión [2].

Obesidad / Actividad física insuficiente

El exceso de peso favorece el desarrollo de la hipertensión. Un estudio reciente en este campo, realizado en más de 7.000 participantes mayores de 30 años, atribuyó a la obesidad un 27% y un 19% de prevalencia de hipertensión arterial en hombres y mujeres, respectivamente [3].

Según los informes, la prevalencia de la hipertensión es dos veces mayor que la de las personas con un peso normal menores de 40 años y un 50% mayor que la de las personas con un peso normal en las personas mayores de 40 años [4]. Como señalan los científicos suecos, la obesidad y el bajo nivel de estado físico en los hombres jóvenes pueden aumentar su riesgo de desarrollar hipertensión más de 3,5 veces [5].

La pérdida de peso puede revertir la presión arterial elevada a un nivel normal, lo que significa que en el caso de la condición relacionada con la obesidad, la presión arterial alta puede ser sólo un efecto secundario, en lugar de la hipertensión esencial [6]. Como indican los estudios, la actividad aeróbica de intensidad media a alta, así como los ejercicios isométricos, pueden reducir la presión arterial en una media de aproximadamente 11/5 mm Hg [7].

Mala alimentación

La presión arterial elevada puede estar asociada a malos hábitos alimenticios, uno de los cuales es el consumo de alcohol. Debido a su alto contenido en calorías y azúcar, el alcohol también favorece el aumento de peso. Se ha demostrado que la reducción del consumo de alcohol disminuye la presión arterial de forma dependiente de la dosis a partir de una ingesta de 12 g de alcohol al día (dos bebidas). No se registró ninguna reducción significativa por debajo de este umbral de consumo [8].

El consumo excesivo de sodio (sal) es otro factor ampliamente reconocido que contribuye a la hipertensión. Muchos alimentos altamente procesados se complementan con sal, lo que supone un exceso sobre la ingesta recomendada por la OMS de < 5 g al día. La cantidad de sodio que se encuentra de forma natural en los alimentos básicos, como la leche o las semillas de girasol, satisface las necesidades corporales de este mineral.

Privación de sueño

La duración insuficiente del sueño (menos de 4,5 h), así como un sueño demasiado prolongado (más de 9,5 h), se asocian con el riesgo de desarrollar hipertensión y una PA matinal elevada [9]. Los picos nocturnos de la presión arterial, denominados hipertensión nocturna, conllevan una mayor probabilidad de que se produzcan eventos cardiovasculares que pongan en peligro la vida, como el derrame cerebral o la enfermedad coronaria. Las personas que padecen estrés e insomnio crónico tienen un riesgo tres veces mayor de morir por una enfermedad cardiovascular [10].

Aunque todos los malos hábitos descritos anteriormente están relacionados con la presión arterial elevada, su impacto es mucho más amplio y sustancialmente más universal. Se recomienda seguir una dieta sana, realizar actividad física con regularidad, evitar los estimulantes y dormir bien por la noche, incluso si la presión arterial es perfectamente normal.

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Referencias:

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